domingo, 8 de abril de 2012

SABADO SANTO O DE RAMOS

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Todo se ha consumado. Hubo que esperar hasta la última jornada pasional para que Sevilla disfrutara de una tarde de sol brillante y de extraordinaria temperatura, un día liberado al fin del perverso baile de porcentajes de lluvia de los días precedentes y cuya luz parecía robada de esas mañanas radiantes de palmas y olivos. Las barredoras de cera tendrán poco trabajo este año. El balance de los siete días santos deja un saldo casi tan triste como el de la infausta Semana Santa de 2011: de las 60 cofradías que procesionan a la Catedral, Resurrección incluida, 26 ni siquiera abrieron las puertas de sus templos, tres vieron frustradas sus salidas y una, la Vera-Cruz, realizó la estación sin sus imágenes en una decisión que resultó tan histórica como controvertida. La mitad de la nómina, pues, no ha podido realizar una estación de penitencia normalizada.
El Sábado arrancaba en el barrio del Plantinar de la mejor de las maneras posibles. Con renovadas ilusiones, los nazarenos de ruán verde (122 al pasar por la Campana) ponían rumbo a la Catedral con un renovado itinerario de ida que de nuevo incluía como lugar emblemático el Postigo del Aceite. Los dos pasos de la cofradía, bellamente exornados con rosas, dedicaron sus levantás en la Campana a los donantes de órganos y a ese ángel de la guarda que es el doctor José Pérez Bernal. "Que dejen en la tierra lo que no les vale en el cielo". Llamó la atención la acertada incorporación al paso del Varón de Dolores de cuatro faroles dorados que agigantaban las proporciones de estas andas, cedidos por la corporación de los Siervos de Carmona, así como la de dos ángeles que custodiaban la imagen del Cristo portando lazos en los que podían leerse los lemas "Varón de Dolores" y "Pozo Santo".
Resulta una delicia para los sentidos contemplar el discurrir parsimonioso de la cofradía servita por las intrincadas calles del barrio de San Marcos, con la banda sonora luctuosa de la capilla musical ante la cruz de guía, con el ronco sonar de los tambores destemplados tras sus pasos, con sus nazarenos de cola al brazo perfectamente distanciados y la medalla asomando bajo el antifaz cortado al verduguillo. En Santa Ángela de la Cruz se hace un silencio sobrecogedor cuando el misterio de la pietá servita se detiene ante el convento y las religiosas exaltan con sus cánticos angelicales el sexto dolor de la Virgen. Para la Virgen de la Soledad servita en la Campana suena Soleá dame la mano.
Las escalinatas de las setas se convierten en un inmenso graderío a cielo abierto para presenciar el tránsito de la cofradía de La Trinidad por la plaza de la Encarnación. Apenas hay un hueco para sentarse. El misterio del Sagrado Decreto ha atenuado la variedad de movimientos de esas chicotás de diseño que tanto chirriaban un Sábado_Santo, cosa de agradecer. Aún en madera, completado casi por entero el trabajo de talla, a la Campana llega por vez primera el nuevo paso para el misterio de las Cinco Llagas, una obra colosal de los Hermanos Caballero que destaca por su volumen y la valentía de sus cartelas con escenas de la Pasión del Señor. Una auténtica cortina de pétalos de flores recibe en la Campana a la última Esperanza de Sevilla.
El sol que por vez primera en toda la semana se cuela por Alfonso XII baña aún el adoquinado de la Campana cuando comienza a transcurrir por el palquillo el singular y solemne cortejo del Santo Entierro. Rosas rojas casi de terciopelo adornan el paso del Cristo Yacente, tras el que desfila una historicista centuria romana de largos pilums que se arrodilla en señal de capitulación y sometimiento al Redentor cuando el paso arría. El alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, y el arzobispo, Juan José Asenjo, presiden el paso del Duelo, en el que el viento juguetea con la melena de pelo natural de María Magdalena.
Un halo de nostalgia se cierne sobre la ciudad cuando por la Carrera Oficial asoman los primeros nazarenos albinegros de La Soledad, una cofradía con mucho tirón, como demuestran esos alegres tramos infantiles que reparten caramelos y estampas a diestro y siniestro. La candelería de la Virgen soleana resiste prendida al completo las embestidas del viento, que esparce la fragancia de los jacintos que adornan el paso. La Semana Santa toca a su fin. Cinco nazarenos de respeto cierran el cortejo de la Soledad. Por Velázquez asoma el camión que ha de recoger las sillas, último verdugo de nuestros sueños. El 25 de marzo será Domingo de Ramos.

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